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Homilies | Wednesday, April 26, 2017

400 años del inicio de un carisma de amor y entrega a los pobres

Homilía por 400 aniversario de fundación de las Hijas de la Caridad

Homilía del Arzobispo Thomas Wenksi por el 400 aniversario de fundación de la Orden de las Hijas de la Caridad. Santuario de la Ermita de la Caridad, miércoles 27 de abril de 2017.

Queridos hermanos y hermanas, 

Nos hemos reunido hoy para dar gracias a Dios, por el maravilloso don que quiso conceder a su Iglesia a través del carisma Vicenciano. En efecto, este año todas las ramas de la familia vicentina junto a la Iglesia universal, se alegran al celebrar los 400 años del inicio de un carisma de amor y entrega a los pobres que ha marcado para siempre la espiritualidad cristiana.  

Cuando un 25 de Enero de 1617, Fiesta de la Conversión del Apóstol Pablo, Vicente de Paul predica en la iglesia de Folleville el “Primer Sermón de la Misión”, estaba respondiendo en realidad a una llamada, en la que Jesús le apremiaba a servirle en sus hermanos más humildes y abandonados; una llamada que poco después se afianza al hacerse cargo de la pobre parroquia de Chatillón, lugar donde se encuentra cara a cara con el rostro descarnado de la extrema pobreza. 

Poniendo a un lado sus aspiraciones personales, Vicente se deja interpelar por la voz de Dios, que le habla a través de las realidades y desafíos de su tiempo. El joven sacerdote se estremece ante la dura situación de abandono, material y espiritual, en que vivían tantos campesinos de aquella Francia de comienzos del siglo XVII. Y junto a ello, la apremiante necesidad de formación que tenían tantos sacerdotes, especialmente en las zonas rurales.  

Eran los comienzos de la Congregación de la Misión, que nacería oficialmente en otra fiesta de la Conversión del Apóstol Pablo, pero del año 1625, así como de la fundación de las Hijas de la Caridad en 1633, junto a Santa Luisa de Marillac. Ambas ramas de una misma familia, junto a las Cofradías de la Caridad, tuvieron un rápido crecimiento, involucrando a los laicos en la misión e introduciendo cambios en el estilo de la Vida Religiosa que resultaron ser eficaces y muy novedosos para su tiempo. Porque, en palabras de San Vicente: “El Amor es creativo hasta el infinito” (SV XI, 146). 

Hermanos y hermanas, es esta doble vertiente de caridad y misión lo que constituye la valiosa herencia de un carisma, que tantos frutos ha cosechado en los 89 países de los cinco continentes donde se encuentra presente, y también aquí, en nuestra Arquidiócesis de Miami, donde por tantos años hemos sido testigos de la incansable labor caritativa de nuestras queridas Hijas de la Caridad. Es el legado de una familia religiosa, que no sólo se alegra por la misión realizada a lo largo de cuatro siglos, sino que al igual que su fundador, se sigue sintiendo interpelada hoy ante los retos y clamores que llegan desde las realidades de nuestro propio tiempo.  

Es por esto que el P. Tomaz Mavric, superior general de la Congregación de la Misión, al inaugurar este año de gracia, quiso enviar un mensaje a todos los miembros de la familia vicentina, exhortándoles a seguir adelante con la globalización de la Caridad.  Con el lema:“Fui forastero y me recibiste” (Mt 25, 35) ha querido invitar, de manera particular, a la acogida de Cristo en la persona del migrante, y a ser actores activos en medio de un verdadero drama de nuestro tiempo, que tanto dolor provoca en miles de seres humanos, y en diferentes latitudes. 

Se trata de una invitación a descubrir concretamente quiénes son los forasteros en nuestro entorno, y de una apremiante llamada a servir solidariamente a aquellos que huyen del flagelo de la guerra y del terrorismo, del hambre y de la opresión; a los desplazados en sus propios países a causa de conflictos interminables, y a los que, junto a nosotros, viven a diario con el temor y la angustia de ser deportados.  

Ante la “globalización de la indiferencia”, tomando las palabras del Papa Francisco en Lampedusa (Julio 8, 2013), el carisma vicentino nos invita a tomar parte en la “globalización de la Caridad”; especialmente, acogiendo a los inmigrantes y dando respuesta a sus urgentes necesidades. San Vicente de Paul, refiriéndose al amor de Dios, nos dice que “si tuviésemos un poco de ese amor, ¿podríamos quedarnos con los brazos cruzados? …No, porque la Caridad no puede permanecer ociosa” (XI, 555; Conf. 30 de mayo de 1659).

Hermanos y hermanas, acabamos de celebrar llenos de gozo la Pascua del Señor y el Evangelio nos ofrece en este día, de manera providencial, una de las afirmaciones más sorprendentes y esperanzadoras de toda la Sagrada Escritura: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”(Juan 3,16). La Pascua nos recuerda el infinito amor de Dios por nosotros; un amor gratuito, desinteresado, llevado hasta el extremo. Una entrega total, especialmente en favor de los más vulnerables, y para darnos vida, y vida en abundancia.

Siguiendo el ejemplo del Maestro, San Vicente se esforzó incansablemente en la tarea de remediar las necesidades humanas y espirituales de tantos redimidos por la sangre de Cristo. Su “mística de la acción” es un verdadero camino de configuración de toda la persona con Jesús, que invita a la entrega en el servicio de la caridad desde el propio estado de vida, ya sea como laico o consagrado. Una consagración a Cristo a través de la persona del pobre.

Poniendo a Jesús, misionero y enviado del Padre, como centro de su vida y obra, exclama: "Nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo; para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo"(I, 320).

Que este tiempo de gracia, sea de esperanza y renovación espiritual para todos nosotros, y que a lo largo de este año, mientras celebra su aniversario 400, toda la familia vicentina se sienta renovada en su carisma fundacional, y animada ante los nuevos retos de caridad y misión que afronta la Iglesia de nuestro tiempo. Que así sea.

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