Article Published

Article_archdiocese-of-miami-oir-no-es-escuchar_S

Columns | Thursday, May 02, 2024

Oír no es escuchar

Algunas veces no escuchamos bien y necesitamos un audífono para oír lo que no queremos oír, lo que en realidad no nos interesa. Se nos desaparecen las palabras en el aire, y no sabemos cómo enfrentarnos a lo que estamos oyendo; tenemos una especie de sordera que tupe los conductos auditivos y no nos deja asimilar y confrontar lo que nos conviene oír.

Sin embargo, el saber entender lo que se nos está tratando de decir es de una importancia vital, ya que, si decimos “sí” a lo que verdaderamente desearíamos decir “no” —o “no” a lo que desearíamos decir “sí”—, nuestra respuesta se nos convierte en un problema serio que nos conduce a tener muchas dificultades por no haber escuchado primero.

Si podemos oír el sonido de un martillo retumbar sobre una pared, lo más probable sea que nos moleste. De igual manera, cuando escuchamos las vibraciones y los ecos de una alarma acribillando los oídos, sabemos que es un sonido espantoso que rasga y cauteriza el túnel auditivo hasta hacer que la molestia nos haga taparnos los oídos. ¿Cierto?Pretendemos ser sordos y mudos cuando hay algo que no nos conviene oír: sordos, porque no deseamos poner atención a un tema que no nos interesa, y mudos porque no queremos hablar del asunto. Yo diría que la sordera y la mudez se complementan en un mismo sentir.

Apartarnos de lo que no deseamos oír —como el constante bombardeo en Ucrania o los pormenores de las elecciones presidenciales—, nos pone alertas o indiferentes, o de igual manera nos mantenemos atentos al dolor y a las mentiras. Es a gusto del consumidor.

No obstante, y de manera inexplicable, no nos sentamos a escuchar a un río que emite un sonido plácido y de paz cuando estamos zambullidos, quizás, en otro mundo. Los sonidos agradables y amenos, como el zumbido del viento, son parte de nuestra lucidez, de lo que verdaderamente nos trae tranquilidad y sosiego. Por ejemplo, el suntuoso cauce de un río bajando sobre nuestras espaldas, como un velo de luz y armonía, exige nuestra atención y plenitud personal. La caída de la lluvia nos regala el silencio hogareño, el andar cómodamente por el ámbito de la casa sintiendo esa ovación exclusiva del aire y el agua al caer sobre la hierba.

Dice la Palabra de Dios en Santiago1,19: “Recuerden esto, queridos hermanos: todos ustedes deben estar listos para escuchar; en cambio deben ser lentos para hablar y para enojarse”.

Nadie puede controlar nuestro espacio con cañonazos ni fuego, somos nosotros quienes elegimos qué entrará por nuestros oídos para darnos una conciliación con nuestros pensamientos.

El arte de escuchar nos da pie para conocer lo que no se sabe; escuchar nos permite ver otras realidades, explorando emociones desconocidas. Escuchar nos hace entender nuestros asuntos y comunicarnos, reduciendo los errores y aumentando el conocimiento, al escuchar y entender al semejante; es envolvernos en una conversación e interpretar lo dicho por otra persona.

El silencio, por otro lado, es estar ausente, fuera de sitio o indiferente. El silencio es un estado de reposo, de pausa, de tregua sin interrupciones ni disimulos. Cuando estamos en silencio con nuestros pensamientos, se agrandan las posibilidades de hacer una decisión válida, aunque el silencio también puede ser agresivo, porque se abraza a la soledad del ser humano y lo vence.

Oímos cosas insignificantes en la vida, cosas del mundo; oímos las protestas, los contratiempos, los terribles conflictos que nos hacen temblar; pero al escuchar, al poner atención a los gritos y la excitación que la conciencia destapa, comenzamos a interiorizar lo que verdaderamente es importante. Eso es escuchar.

La Palabra de Dios es fuerte y digna ante todas las palabras que podemos escuchar; es el umbral de la vida para comprender, ejercitar y cumplir con Sus enseñanzas. Escuchar la Palabra de Dios es interiorizar nuestra existencia, adentrarnos de lleno en la sabiduría que emana del Padre, y poder recibir las gratificaciones del Espíritu Santo.

Escuchar al Espíritu de Dios es una confirmación que se debe tomar en serio para seguir escuchando y continuar viviendo en la armonía de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Escuchar a nuestros semejantes y escucharnos a nosotras mismos, en tiempos de luchas y conflictos, es estar al frente de todas las batallas, calamidades y adversidades que nos esperan a la vuelta de la esquina.

De acuerdo con el Evangelio: “¡Dichosos más bien quienes escuchan lo que Dios dice, y lo obedecen! (Lc. 11, 28.)


Powered by Parish Mate | E-system

This site is protected by reCAPTCHA and the Google Privacy Policy and Terms of Service apply