
Querido Padre: Por favor, no lo haga
Monday, December 12, 2016
*George Weigel
En todos los 16 documentos del Concilio Vaticano II, ¿hay alguna fórmula que se haya quebrantado con más regularidad que la Norma General 22.3 de la Constitución Sobre la Sagrada Liturgia? En caso de que la hayan olvidado, enseña que "nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia".
Si asisten a la misa diaria, lo más probable escuchan cómo esa norma se quiebra una docena de veces a la semana. Quienes asisten a la misa dominical normalmente lo escuchan al menos dos o tres veces. Editar, o de plano reescribir el texto prescrito de la misa, es prácticamente epidémico entre los sacerdotes que asistieron al seminario a fines de la década de 1960, en la de 1970, y principios de la de 1980; es menos evidente entre los clérigos más jóvenes. Pero ya sea algo que hacen los de edad avanzada, mediana edad o jóvenes, resulta desagradable y es un obstáculo para la oración.
Sobre todo ahora, dada la restauración de los ritmos más formales del lenguaje litúrgico en las traducciones al inglés que hemos utilizado desde el Adviento de 2011. Esas traducciones no son perfectas, pero son una enorme mejoría sobre lo que solíamos tener (comparado con lo que, infortunadamente, todavía se hace constar en el breviario). Y mediante la restauración de la lengua sacra que fue descartada perentoriamente en la traducción anterior, la traducción actual nos recuerda que la misa es mucho más que una reunión social; es un acto de culto, cuya majestuosidad se debe reflejar en el lenguaje de la liturgia, que no es el lenguaje del centro comercial o de la fiesta del Super Bowl.
Sin embargo, en un sentido, la nueva traducción ha empeorado las cosas. Cuando al Padre Independiente le da por demostrar cuánto acoge a la congregación al hacer lo que considera como cambios ingeniosos en el texto de la misa, al instante establece una disonancia sonora para cualquier persona con un oído bien afinado. Y la disonancia sonora dificulta la oración.
Por eso, ¿pudiera sugerirles a nuestros Padres en Cristo que cesen y desistan de inventar, añadir, o retocar el misal? Como lo describió un veterano liturgista al referirse a las colores que diferencian las oraciones de las instrucciones en el misal: "Lean el negro y hagan el rojo". Sólo eso, Padre: lea el negro y haga el rojo. O, mejor, rece el negro y haga el rojo.
Tal autodisciplina por parte de los celebrantes también ayudaría a eliminar el clericalismo (y otras cosas peores) que ocurre cuando el Padre Independiente inventa. Porque al despreciar la clara medida cautelar del Concilio (por no mencionar las rúbricas del misal), el Padre Independiente afirma de facto su propia superioridad sobre la liturgia. Sea o no su intención, al hacerlo degrada el papel de la congregación al ofrecer la debida adoración al Dios tres veces santo.
En una misa celebrada como se supone, el diálogo vocalizado de la oración entre el celebrante y la congregación se lleva a cabo en un ritmo lingüístico establecido por el texto compartido de la misa. Ese ritmo se rompe cuando, por poner un ejemplo reciente que me ha irritado, el celebrante anuncia la lectura del Evangelio, diciendo: "La Buena Nueva del Señor proclamada por Lucas", a lo que suena torpe la respuesta esperada de "Gloria a ti, Señor", cuando el anuncio prescrito responde cuidadosamente: "Lectura del santo Evangelio según ----- ".
Para el Padre Independiente puede ser una sorpresa, pero tras más de cuatro décadas de sacerdotes celebrantes tratando de ser Johnny Carson, Bob Barker, Alex Trebek, o quien sea, ese “show” se está poniendo muy viejo. Padre, usted no es muy bueno en eso. Sus inventos son a menudo banales, hasta tontos. Por otra parte, nos menosprecia al insinuar que nosotros, la congregación, no podemos manejar el idioma sagrado de la liturgia, y que se nos debe motivar para participar. De hecho, si escucha con atención, descubrirá que las respuestas de la congregación disminuyen cuando usted hace una invitación en sus términos, no en los de la liturgia.
Así que, por favor, Padres en Cristo, ahórrense esos intentos de creatividad, o de “facilidad de uso”, o de lo que crean que están haciendo; sencillamente, no funcionan. Por favor, sólo recen lo negro y hagan lo rojo. De ese modo, mejorará el culto que deseó el Vaticano II.
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